“¿Quiere que le diga cuál es mi receta para llegar a los 100 años? Cumplir 100 años no es nada. Primero se llega a los 99 y luego el último tramo es fácil. Basta con no hacer ciertas cosas. Por ejemplo: no leer a los existencialistas, no beber alcohol, no fumar. Y sí hacer otras: dormir la siesta todos los días, tomarse dos vacaciones por año y no dejar pasar un solo día sin trabajar, aunque sea cinco minutos. El trabajo es la mejor terapia. Me refiero al trabajo que uno hace con ganas, no al trabajo esclavo”.
Esas fueron las palabras de Mario Bunge cuando en septiembre pasado, llegó a su cumpleaños número 100.
Físico, epistemólogo, filósofo de las ciencias, Mario Augusto Bunge, murió en Montreal este 24 de febrero. Nació el 21 de septiembre de 1919 en Florida Oeste, provincia de Buenos Aires. Era hijo de Augusto Bunge, un médico y diputado socialista. Y de Maria Müser, enfermera alemana. En Canadá había ejercido la Cátedra Frothingham de Lógica y Metafísica y todavía era Profesor Emérito en la Universidad McGill. Residía allí desde hacía años. Se había exiliado en el 63.
Antes de marcharse de la Argentina hizo muchas cosas. En 1937, con 18 años, escribió un libro contra el psicoanálisis: Marx vs. Freud. Y también dos “novelas”. Y la obra Spartacu, un drama en verso. Algún tiempo usó el pseudónimo de Carlos Martel. Pero todo aquel material se perdió. En 1938, con 19 años, fundó la Universidad Obrera Argentina, en la que trabajadores recibían formación técnica y sindical. La universidad duró seis años. Y en el 43 fue cerrada. En 1952 escribió un libro: Niveles de organización. Y al terminarlo lo quemó.
Luego del exilio Mario Bunge fue profesor en los Estados Unidos, Alemania, México, Suiza, Dinamarca, Uruguay, Australia. De 1980 data su artículo “La función de la ciencia básica en el desarrollo nacional”. Era ese un tema sobre el que en 2019 insistía: “Es muy importante que en materia de ciencia el nuevo gobierno que asuma después de las elecciones no proceda como el gobierno saliente, que en lugar de protegerla eligió atacarla.”
Polemista, Bunge siempre cuestionó el marxismo, el psicoanálisis, el existencialismo, el posmodernismo, las tecnologías, las medicinas alternativas y a todo aquello que no fuera reconocido como ciencia.
Sus prédicas cientificistas -así como el “Augusto” que heredó de su padre y que evocaba a August Comte (creador del positivismo)- colaboraron para que se lo tildara de positivista. Pero él fue también muy crítico con el positivismo, una doctrina filosófica basada en la observación y la comprobación científica. Consideraba que los seguidores de Comte eran amantes no correspondidos: amaban a la ciencia pero la ciencia no los amaba a ellos.
Fue padre de cuatro hijos. Dos argentinos y dos canadienses. Con su primera esposa tuvo a Carlos, dedicado a la Física, y Mario, consagrado a las Matemáticas. Con Marta, su gran amor, tuvo a Eric, arquitecto; y a Silvia, neuropsicóloga.
Reconocido como filósofo, publicó decenas de artículos de Física. La Física Cuántica, para él, demostraba que la mayor parte del universo es invisible.
Desde 1984 era miembro de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia y, desde 1992, de la Royal Society de Canadá. En 1982 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades. Recibió más de veinte doctorados Honoris Causa en universidades de todo el mundo. En Argentina le dieron el Honoris Causa de la Universidad Nacional de La Plata y los Premios Konex 1986 y 2016. En su autobiografía, Memorias entre dos mundos (2014), narra las memorias de sus cuatro mundos: la Física, la Filosofía, Argentina, Canadá.
Tuvo muchos homenajes en vida. En 2014 salió el libro Elogio de la sabiduría. Ensayos en homenaje a Mario Bunge, editado por Eudeba y donde se reunían artículos de académicos y especialistas que mostraban la influencia del padre de la Filosofía Científica en el mundo. En 2019, también por Eudeba, salió El último ilustrado. Homenaje al centenario del nacimiento de Mario A. Bunge. Sobre estos libros Bunge reflexionaba: “Me asombra y me deleita al mismo tiempo […] Yo no pensé que en la Argentina hubiera gente que se acordara de mí.”
También recordó a sus alumnos: “Tuve muy buenos alumnos con quienes mantuvimos diálogos muy interesantes y que me enseñaron mucho. Hice mis primeras armas en la Argentina. En un momento dado ejercí tres cátedras en tres facultades diferentes en Buenos Aires y La Plata. Tuve una oportunidad única que no tienen los científicos y filósofos del primer mundo.”
Con información de: El Clarín