Entropía

Los tiempos de #COVID-19

 

 

 

 

 

 

 

Por: Bertha Alicia Galindo

Han pasado ya más de 4 meses, desde que comenzó en México la compleja e inesperada pandemia del coronavirus SarsCov2, el virus que provoca la enfermedad Covid-19. Al día 22 de julio esta enfermedad ha cobrado la vida de más de 600 mil personas en el mundo y en México la cifra de muertos ya rebasa los 40 mil.

De los efectos de la pandemia y su manejo por parte del gobierno de AMLO ha habido un sinfín de críticas, opiniones y explicaciones: que tenemos esas cifras de contagiados porque no se han aplicado las pruebas suficientes, que el sistema de salud estaba desmantelado, que no había médicos, que en varios estados había hospitales inconclusos y más. Que la letalidad de la enfermedad es altísima comparado con otros países por las epidemias de obesidad o de enfermedades crónicas que existen en el país desde hace décadas. Que para estar todos en casa se debe aplicar mano dura para que la gente respete el confinamiento, multas a quien no traiga cubrebocas y más.

Hay muchas explicaciones, pero todo, al final, confluye en algo que es común para todos: es la nueva realidad del país.

¿Cuándo terminará todo esto? Ya no está claro. Los modelos matemáticos que se hicieron sobre la pandemia, no han sido tan efectivos como se esperaba, no por su diseño, sino por los datos. No hay calidad en los datos con que se alimentan los modelos y por lo tanto las predicciones son erróneas. Así, con el paso de los días las declaraciones que afirmaban que ya estábamos cerca del pico de la epidemia se convirtió en memes y el pico, no se ve para cuándo ocurra.

La curva de casos confirmados sigue en aumento, crece de manera lenta, es cierto, pero los casos nuevos rondan los 7 mil cada 24 horas.

¿Qué está pasando?

La respuesta más obvia e inmediata es: el gobierno no está haciendo lo necesario para atender la pandemia.

Una segunda tanda de respuestas obvias pueden ser: Gatell dice puras mentiras. Gatell está equivocado. Se debería hacer lo que se hizo en tal o cual país.

Y así, muchas más, pero, la que menos podría citarse es una que sigue escuchándose a lo largo y ancho del país: el coronavirus no existe.

Por más increíble que suene, esto es parte de la realidad: todavía hay miles de ciudadanos, que no creen que el virus exista, así de simple ¿por qué? Porque tenemos una sociedad con una baja cultura científica. Podría sonar simplista decir que es una herencia del modelo neoliberal porque está aparejada con las reformas al sistema educativo, al acceso a los estudios superiores, a los contenidos de los medios de comunicación, al entorno, a la cultura; si, podría ser una consecuencia de ese modelo, pero la realidad es más compleja que eso.

Hace una semana El Financiero publicó una encuesta: 9 de cada 100 personas no cree que existe el coronavirus. Los que más dudan de la existencia del virus son los jóvenes y en el caso de las personas con educación básica la cifra aumenta, 18% no cree que exista el virus.

La mitad de los encuestados dijo conocer a una persona contagiada; un tercio conocía a alguien que falleció por COVID-19.

A bote pronto se puede concluir que la escolaridad influye sí, pero mi reflexión no va en camino de estigmatizar a quienes no tienen estudios. Hay personas, con estudios, que también piensan que no existe el coronavirus.

Esto tiene un impacto en las medidas de mitigación: si no crees que existe el coronavirus ¿cómo te vas a cuida a ti y cómo vas a cuidar a los demás?

El resultado está a la vista: en los hospitales del país las situaciones son por demás complicadas, en muchos de los nosocomios hay saturación porque en el lapso de unas horas llegan más pacientes de los que pueden atender. Aunque hay acciones de reconversión hospitalaria o hay otros hospitales a los que se puede acudir a una cierta distancia, en una emergencia la gente llega al hospital que conoce, al que siempre acude y como es de esperarse, ante una oleada inesperada de pacientes no hay camas suficientes con o sin ventilador.

En mundo se está enfrentando a algo nuevo como el virus, no hay datos concluyentes. Es poco a poco que se genera conocimiento, que se confirma, que se socializa. Es un proceso que no es tan rápido como la patética circunstancia de la desinformación.

Era de esperarse que sucediera en las primeras semanas de la pandemia. Muchos no creíamos en la letalidad del virus, ni entendíamos la magnitud de una pandemia, menos previsible era que nuestra vida, como la vivíamos, no va a ser exactamente igual; pero a medida de que fueron pasando los días, con tanta información que saltó por todos lados, fuimos tomando conciencia, por lo menos eso parecía, pero no, la realidad nos está mostrando que un gran porcentaje de la población sigue sin creer que este virus mata y en algunas poblaciones ni siquiera aceptan que sus familiares o seres cercanos hayan muerto de COVID-19. Que se diga, como lo vimos en el hospital Las Américas de Ecatepec que los médicos y las enfermeras “estaban matando” a los pacientes es el mejor ejemplo de ello.

Este grupo, de los no creyentes no necesariamente está en el grupo para el cual el Quédate en Casa y La Sana Distancia son un dicho más o un mal chiste, porque no pueden quedarse en casa, deben salir o de lo contrario, no tendrán para comer, el trabajo está afuera, en las calles, en la entrada del metro, en la venta de productos de temporada, en el taxi, en el trabajo en casas ajenas, en la venta de taquitos…en casa no hay nada…para qué quedarse… Y lo dicen, nos da miedo contagiarnos, pero necesitamos trabajar.

Hay un crisol de visiones diferentes sobre la pandemia en las calles: Tenemos a quienes no creen, salen y no se cuidan; a los que creen y deben salir y se cuidan lo mejor que pueden y a los que creen, pero se sienten invencibles y se cuidan poco, son los que creen que no les va a pasar nada.

Desde hace cuatro meses más de 40 mil personas han perdido la vida. Muchas de ellas dejaron este mundo en pocas horas, con un cuadro grave que les impedía respirar, perdiendo energía en cada suspiro, sin poder despedirse de sus seres queridos. Historias truncas, familias incompletas van quedando conforme el virus se esparce.

Los médic@s y enfermer@s han luchado desde hace cuatro meses en una batalla desgastante y agotadora contra el virus y lamentablemente, muchos de ellos, médicos, enfermeras, han perdido la vida en esta lucha al no poder evitar contagiarse.

A cuatro meses esa es la realidad: un virus para el que no hay vacuna, personas que no creen en el virus o que apuestan a que no se van a contagiar y personal médico que no ve para cuándo los casos puedan reducirse.

Desde hace cuatro meses todas las noches el Dr. Hugo López Gatell y su equipo nos informan, nos explican con todo detalle pero lamentablemente, el mensaje no ha permeado a muchos grupos de la población.

La batalla es contra el COVID-19 sí, pero hay otra y es en contra de la desinformación, la ignorancia, la cerrazón de una parte importante de la población al no querer ver y aceptar que la pandemia existe, lo que se ejemplifica con una actitud soberbia expresada en una frase que resuena los oídos al término de la pregunta ¿Y tú por qué no mantienes la distancia requerida? ¿Y por qué no usas cubrebocas?  A lo que le sigue una desafortunada respuesta: “a mí no me va a pasar nada…”…Y resulta que les pasa…se contagian y caen enfermos…

Con conocimiento de causa digo que hay frustración en el personal médico, su sentir es que se lucha contra el virus, pero en las calles hay personas que no creen o que no se cuidan lo necesario. Ya está claro qué medidas se deben seguir ¿por qué no se hace caso? Cuestionan.

¿Qué esperamos que pase? ¿Que la próxima encuesta revele que 90 por ciento conoce a una persona contagiada y que la mitad responda que conoció a alguien que falleció por COVID-19?

Al paso que vamos, lamentablemente eso puede ser una realidad.

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